Fallecimiento Bowden

EL LLANTO DE LA GUITARRA

• El prestigioso luthier norteamericano, fallecido en Palma el pasado domingo, dedicó toda su vida a buscar el sonido más puro del popular instrumento

Texto: Gabriel Sabrafin

Si pudiéramos escucharlas, las oiríamos llorar. Porque en el taller de George Bowden, desde hace unos días en silencio, las guitarras lloran. Las antiguas, que el maestro conservaba como un tesoro, las recién salidas de sus manos y las que tuvo que dejar a medio hacer. A sus 82 años George, Jorge, para sus amigos mallorquines se ha ido como vivió, en silencio, porque el sonido lo reservaba para sus instrumentos por los que sentía un amor rayano en lo devoto. Antoni Mir y Joan Parets, autores del libro «La guitarra a Mallorca i els seus constructors», cuentan que fue en la feria internacional de Seatle (EEUU) donde Bowden, en 1962, decidió montar un pabellón español con paellas y actuaciones de flamenco incluidas. Allí se enamoró de la guitarra hasta el punto de reciclar su oficio de ebanista y convertirse en luthier. Y lo hizo aquí, en Mallorca, un lugar que conocía desde los 12 años cuando llegó a la isla con sus padres, un día de septiembre de 1932. Sin duda ellos, un profesor de música y una violinista, tuvieron mucho que ver con el arte que, finalmente, acompañaría para siempre a su hijo.

De su forma de ser, opina Antonio Morales su discípulo y continuador de su obra: «Para mí era el lord de la guitarra. Americano de nacimiento, su personalidad se ajustaba más a la nacionalidad británica que adoptó más tarde. Todo en él respondía a esta característica. Aún siendo consciente de su valía como artesano, un especial. sentido de la humildad le hacía reacio a aceptar un alumno. A mí, finalmente, me admitió. Todo lo que sé a él se lo debo pero, lo que nunca podré pagarle fue el amor que Jorge sentía por la guitarra y que fue capaz de transmitirme. Un amor que estaba por encima de técnicas, secretos o estilos. Algo asombroso». Un amor que le acompañó hasta el final cuando, incapaz ya de terminar el «guitarró» que estaba construyendo, recurrió a la ayuda de su discípulo para que concluyera el trabajo. Un amor por su arte que le llevó a abandonar todo lo demás en manos de su esposa, Carmen, convertida en su agente, su consejera y su administradora durante 33 años. «¿Qué hacemos, Carmen?», le preguntaba aún, sumido ya en el delirio de la agonía.

George se ha ido pero no del todo. La guitarra mallorquina, con una historia jalonada por excelentes constructores, tiene en él a uno de sus más esclarecidos artesanos. Sus instrumentos han llegado a todos los rincones del planeta y a las manos de los mejores concertistas y, con ellos, el nombre de Mallorca que tiene, desde hoy, una nueva deuda de gratitud abierta para alguien que la eligió como su casa. Hace casi un año, el pasado mes de marzo, concretamente George Bowden manifestaba a Brisas: «A veces es un misterio para un guitarrero saber qué hizo para conseguir aquella sonoridad especial en uno de sus instrumentos. Creo que la de los míos es buena. Sin embargo, todo queda abierto en el futuro». Posiblemente Jorge esté ya en el secreto mientras sus guitarras, en el taller, continúan llorando de pena y de añoranza