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Antonio Morales: La guitarra mallorquina de Paco de Lucía
‘La Maestro’ es un instrumento único que ya se ha convertido en leyenda. El genio de Algeciras la ideó junto al guitarrero palmesano aunque nunca llegó a estrenarla. Tras pasar por las manos de Caetano Veloso y Carlinhos Brown, su destino final es Alejandro Sanz
Gabi Rodas. Diario de Mallorca. 22/01/2017
La última guitarra de Paco de Lucía, La Maestro, un instrumento único ideado por el genio de Algeciras que no tuvo tiempo de estrenar a causa de su inesperada muerte, se construyó en Palma, en el taller de otro ilustre, en este caso de la madera, el ebanista Antonio Morales Nogués.
«Que La Maestro haya salido de Mallorca les sorprende a muchos. Los centros más fuertes de guitarras están en Madrid y Andalucía pero la guitarra mallorquina suma cinco siglos de tradición. En algunos sitios no se ha encajado muy bien que hoy, una de las guitarras referentes a nivel mundial, sea La Maestro», confiesa Morales.
La Maestro ya es leyenda, y como tal tiene su propia película, que lleva por título La guitarra vuela. Soñando a Paco de Lucía, proyectada en los festivales más importantes del mundo, desde Tokio a Cannes, de Miami a San Sebastián. Un documental que se enmarca en una gira homenaje por nueve países de dos continentes en el que la guitarra mallorquina de Paco de Lucía vuela de mano en mano, de las de Carlinhos Brown, Alain Pérez, Tomatito, Diego del Morao o Caetano Veloso hasta las de Alejandro Sanz, a quien la viuda del dios de las seis cuerdas, Gabriela Canseco, decidió regalársela.
Antonio Morales se siente «mallorquín», pues vive en la isla «desde pequeño» y Palma «es la ciudad que me ha acogido y en la que han nacido mis hijos», apunta el luthier, galardonado con la Medalla de Oro de la ciudad el pasado mes de diciembre. «Aquello fue un honor, una satisfacción enorme porque coincidió en el tiempo con el reconocimiento más grande que puede otorgar mi pueblo, que es el pregón», añade.
En Monesterio (Badajoz), el pueblo de Extremadura situado más al sur, nació Antonio Morales hace 60 años. Ya en la infancia el flamenco entraba en su casa «como el aire, estaba en el ambiente», recuerda. La guitarra pronto le hechizó hasta convertirse en una auténtica «pasión». Guitarrista «frustrado», con el tiempo volcó todo su interés hacia la construcción de instrumentos. «La guitarra es muy exigente pero lo es aún más la faceta de constructor. Cuando no estás trabajando en ella estás pensando en cómo mejorarla», confiesa.
Eterno insatisfecho
«Los guitarreros –añade– somos unos eternos insatisfechos. Debemos tener una conexión casi espiritual con el instrumento para advertir y conocer las sensaciones de comodidad, equilibrio, digitación de mano izquierda, pulsación de mano derecha… Y para saber todo esto tienes que tocarla, aunque sea un poco», aclara.
La llamada de la madera la sintió siendo un niño. «De pequeño, al salir del colegio, lo primero que hacía era irme a la ebanistería. Mi ilusión era trabajar la madera. Nadie en mi familia lo hacía pero toda mi vida he tenido claro que quería ser ebanista, guitarrero, o luthier, como algunos le llaman».
Gracias a un tío suyo que conocía a un carpintero, desembarcó en Palma en 1970. «Me integré enseguida», afirma este enamorado del kárate y el kendo –»fui de los primeros cinturones negros de Balears»–. Su primera ebanistería la abrió en Establiments, y llegó a tener tanto trabajo que le resultó estresante: «Para relajarme diseñaba piezas de ajedrez y tallaba escudos, como el del Govern balear. Así me animé a construir una guitarra, pensando que era como hacer un mueble». Aquella primera guitarra le llevó hasta la palmesana calle de Hort de Torrella, donde tenía su taller el luthier George M. Bowden. «Era muy bueno en su trabajo y vendía muchas guitarras fuera y también cuando venía a Palma la Sexta Flota. No tenía problemas económicos. Era un estudioso por encima de todo. Se llevaba las guitarras al hospital para que les hicieran radiografías, que yo conservo», cuenta Morales.
Dos años después de aquella visita al taller de Bowden, éste reclamó sus servicios. Ese fue su inicio en la construcción de guitarras. «Cuando entré en su taller y empezó a hablarme de proporciones, de número áureo, frecuencias y vibraciones, descubrí mi camino. Bowden fue el mejor maestro que se podía tener, por lo paciente que era y por su búsqueda fuera de lo tradicional. Fui un afortunado al conocerle, al igual que luego me sucedería con Paco de Lucía. Entre una cosa y otra, conocí a otra gente, como Gabriel Rosales, un gran músico y un gran guitarrista, y otros que me han influenciado muy positivamente, cada uno en su etapa. Todas esas personas y mi caminar me llevaron a tener la preparación necesaria para codearme con un genio universal como Paco de Lucía, para estar preparado para sus exigencias, porque su nivel de exigencia era bestial», asegura.
Morales entró en el círculo más íntimo de Paco de Lucía gracias a otro amigo. «Le conocí como ebanista. Un amigo suyo le pidió si conocía a algún carpintero para que le aclarara una serie de dudas con unas puertas. Entonces fui yo. La tercera vez que me vio, Paco me dijo: Me han dicho que tu haces guitarras. Qué tal son, me dijo. No están mal, le respondí. Porque no me traes una, me soltó».
«El primer día que vi a Paco lo tengo grabado en mi mente, había una conexión como si nos conociéramos de siempre. En el trato personal era una persona encantadora. Yo nunca fui a ver a Paco de Lucía, sino a Paco. Trabajar con él fácil y difícil a la vez. Era tan exigente… Te marcaba el reto y tu tenías que solventarlo».
Cuenta Morales que Paco de Lucía era «demasiado inteligente como para decirte cómo tenías que hacer la guitarra. A mí no me encargó, como se ha escrito por ahí, que tuviera que hacer la mejor guitarra del mundo. La realidad es que no pretendíamos nada. Sí me confesó que la guitarra con la que tocaba cuando era joven, con la que tocó en todos los conciertos, era una guitarra dura, pero es que cuando era joven necesitaba una guitarra dura. Le ponía tensión fuerte, en un teatro, él solo, porque tenía que llegar a todos los rincones. Le ponía tensión fuerte y le metía la metralleta, que eran esos picados bestiales que él hacía. Hasta que decidió no pelearse más con la guitarra. El me dio referencias para La Maestro. Decía: si el mástil en este parte fuera más delgado para no tener que ir cambiando la forma… luego la altura, ni muy baja ni muy alta la quería, la sensación de bajo profundo.. A él le gustaban los bajos profundos, ni rígidos ni demasiado flojos. Todas esas cosas, cuerda por cuerda, las fuimos desarrollando juntos. Una opinión suya eran seis meses de trabajo. Él dejaba claro qué esperaba de la guitarra. Durante esos años yo traté de captar qué esperaba él de la guitarra, que no era otra cosa que una guitarra fácil de tocar».